Personas altamente sensibles (pas)

¿Qué es PAS?

El término persona altamente sensible (PAS) fue introducido en la década de 1990 por la psicóloga estadounidense Elaine N. Aron, doctora en psicología clínica e investigadora pionera en este campo.

Sus estudios, publicados en The Highly Sensitive Person (1996), marcaron un antes y un después al identificar un rasgo de personalidad innato, presente aproximadamente en un 15–20 % de la población, caracterizado por una mayor sensibilidad del sistema nervioso central ante los estímulos internos y externos.

La alta sensibilidad no es un trastorno, no es una enfermedad ni un diagnóstico clínico. Se trata de un rasgo de la personalidadl —una manera particular de procesar la información, percibir los matices y reaccionar ante el entorno— que se manifiesta con mayor profundidad emocional, empatía elevada y una intensa y rica vida interior.

Las personas altamente sensibles no son “más frágiles”, sino más permeables a los detalles, a la sutilezas y a las emociones, tanto propias como ajenas. Cuando comprenden y aprenden a regular este rasgo, su sensibilidad se convierte en una fuente de fortaleza, intuición y creatividad.

En cambio, cuando crecen sin comprensión ni acompañamiento adecuado, pueden experimentar saturación, sobreestimulación o sensación de inadecuación, confundiendo su forma de percibir y relacionarse con el mundo con debilidad. Por eso, el conocimiento y la aceptación del rasgo son el primer paso hacia la autorregulación y el equilibrio.

A continuación hablaremos de las características de una persona altamente sensible:

 

 

Cuando la persona tóxica eres tú

Se publicará próximamente…

los cuatro pilares de la alta sensibilidad

Elaine Aron definió este rasgo a través de cuatro características básicas, conocidas como el modelo DOES, por sus siglas en inglés. Estas dimensiones son la base para comprender la estructura perceptiva y emocional de una persona altamente sensible:

 

Depth of Processing (Profundidad de procesamiento)

Las personas altamente sensibles tienden a procesar la información de forma más profunda y reflexiva. No se quedan en la superficie: analizan, conectan y elaboran cada experiencia con múltiples matices. Esta cualidad otorga una gran capacidad de comprensión y empatía, pero también puede generar sobreanálisis o dificultad para tomar decisiones rápidas.

 

Overstimulation (Sobreestimulación)

Su sistema nervioso reacciona con mayor intensidad ante los estímulos: ruido, luces, multitudes, presión emocional o exceso de tareas. Esto no significa debilidad, sino una mayor capacidad de respuesta neurosensorial. Cuando la estimulación es excesiva, puede aparecer fatiga, irritabilidad o necesidad de retirarse temporalmente para recuperar el equilibrio.

 

Emotional Reactivity and Empathy (Reactividad emocional y empatía)

Las PAS sienten con más intensidad las emociones —propias y ajenas— y presentan una profunda resonancia afectiva. Esta reactividad no es un problema: es una fuente de conexión humana. Bien acompañada, permite desarrollar una empatía genuina, compasión y gran intuición interpersonal.

 

Sensitivity to Subtleties (Sensibilidad a las sutilezas)

Perciben detalles que a otros les pasan desapercibidos: tonos de voz, microexpresiones, cambios de energía en un grupo, o pequeñas variaciones en el entorno. Esta atención natural a lo sutil les permite adaptarse y comprender con precisión contextos complejos, pero también las hace más vulnerables al estrés.

 

Nota para profesionales:

Comprender estos cuatro pilares es fundamental para todo profesional del acompañamiento. La alta sensibilidad no requiere “curación”, sino integración.

El papel del PAS Mentor & Coach no es el de “proteger” ni “compensar” este rasgo. El profesional debe acompañar a la persona a reconocerlo, gestionarlo y a que sea capaz de desplegar todo su potencial desde la aceptación.

Para comprender los cuatro pilares en toda su dimensión y cómo gestionar la alta sensibilidad, los abordaremos en un orden distinto al propuesto originalmente, atendiendo a la lógica interna del acompañamiento que proponemos en Ser altamente sensible.

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El procesamiento profundo de la información

El procesamiento profundo de la información es una característica humana. Todo ser vivo con sistema neurosensorial procesa información, y lo hace para sobrevivir. Observemos que hay diferente en una persona altamente sensible respecto a la media:

Podemos imaginar el cerebro como un centro de mando extraordinariamente sofisticado, un ordenador biológico formado por millones de neuronas que se comunican entre sí mediante impulsos eléctricos. Cada segundo, nuestros sentidos envían información al cerebro: lo que vemos, escuchamos, tocamos, olemos o saboreamos se convierte en mensajes que viajan a distintas áreas encargadas de interpretarlos.

Si nos sentamos en un banco del parque, el cerebro recibe simultáneamente la información visual del movimiento de las hojas, los sonidos del entorno, la textura de la madera bajo nuestras manos, el aroma de la hierba recién cortada y la temperatura del aire. Cada detalle es procesado y transformado en una experiencia coherente. Lo que en apariencia es una escena simple —un paseo, un helado, la brisa de la tarde— implica la activación de redes neuronales que trabajan de manera coordinada para dar sentido a lo que vivimos.

En las personas altamente sensibles, este procesamiento se da de forma más exhaustiva. Todo estímulo, incluso el más sutil, es analizado, asociado, vinculado con recuerdos o sensaciones previas. Mientras otros pueden filtrar información irrelevante sin esfuerzo, una PAS tiende a revisarlo todo, a buscar significado, sentido y utilidad. Su cerebro no descansa fácilmente; incluso en reposo, la llamada red neuronal por defecto —la que se activa cuando no estamos centrados en una tarea concreta— sigue funcionando con una intensidad superior a la media. Es decir, el procesamiento continúa aun cuando parece que no ocurre nada.

Un estudio de resonancia magnética funcional realizado por Bianca Acevedo y Elaine Aron en 2014 mostró que, ante estímulos emocionales, las personas altamente sensibles presentan una mayor activación en áreas cerebrales vinculadas con la empatía, la planificación y la conciencia. Es como si percibieran ondas más finas en el lago de la experiencia: no solo las más visibles, sino también las que otros apenas perciben.

Esta manera de procesar tiene ventajas evidentes: permite captar matices, anticipar consecuencias y comprender la complejidad de los hechos con una profundidad que enriquece enormemente la percepción del mundo. Sin embargo, también puede convertirse en una fuente de agotamiento. La mente de una PAS rara vez se apaga; revisa, analiza y vuelve a analizar hasta que se siente segura de haber comprendido. Lo que para otros es “pensar demasiado” es, para una persona altamente sensible, su forma natural de funcionar.

Un ejemplo de muchos más, ya que es un patrón, es el de una clienta de treinta y dos años que llegó a mí buscando comprenderse. Desde niña percibía cosas que los demás no parecían notar: los cambios en el ánimo de sus compañeros, en la «profe», los matices en una conversación, las intenciones veladas en los gestos  faciales y corporales ajenos. Su entorno la veía como alguien que “pensaba demasiado y mal”, pero para ella reflexionar, anticipar y considerar las consecuencias de cada decisión era una necesidad vital.

Su ética personal la había llevado a adoptar una vida muy coherente con sus valores, pero esa misma coherencia se convirtía en una fuente de conflicto interno cuando el entorno no compartía su nivel de reflexión. En las reuniones familiares, los comentarios superficiales o el desinterés ante temas que para ella eran importantes la dejaban con la sensación de estar fuera de lugar. Como muchas PAS, confundía su profundidad de pensamiento con una especie de error o debilidad. Sentía que algo en ella no encajaba con el mundo.

Durante nuestro trabajo conjunto, comprendió que su procesamiento profundo no era un problema a solucionar. Que esa capacidad de analizar, conectar y buscar sentido formaba parte de su naturaleza, pero necesitaba aprender a usarla de forma correcta consigo misma. No todo requiere ser entendido. No todo necesita una respuesta. A veces, simplemente, es suficiente con percibir y dejar que la experiencia «sea».

El procesamiento profundo puede ser una bendición o una trampa, según cómo se gestione. Cuando se combina con perfeccionismo o con un fuerte sentido ético, puede llevar a la autocrítica, la culpa o la sensación de no hacer nunca todo lo suficiente. También puede derivar en una hiperreflexión que consume energía y distancia del presente.

Pero cuando una persona aprende a utilizar esa capacidad, a observar sin analizar compulsivamente, a aceptar lo incierto y confiar en su intuición, ese mismo rasgo se transforma en una de las herramientas más potentes de autocomprensión y empatía.

El mundo no necesita que una PAS deje de pensar, sino que piense de un modo que le permita vivir en paz aportando coherencia al mundo.

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Emocionalidad y empatía elevadas

La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de entender lo que siente, lo que piensa y por qué actúa de determinada manera. No se trata únicamente de escuchar sus palabras, sino de percibir su experiencia y verla a través de sus ojos. Ser empático no implica estar de acuerdo ni compartir las mismas emociones, sino comprender desde dentro la vivencia ajena.

La reactividad emocional y la empatía están presentes, en mayor o menor medida, en todos los seres humanos. Son cualidades propias de los seres sociales y, aunque no exclusivas de las personas altamente sensibles, en ellas se manifiestan con especial intensidad y constancia. No es casualidad que quienes poseen el rasgo se emocionen fácilmente o perciban con claridad el estado anímico de quienes les rodean: su sistema neurosensorial amplifica las señales emocionales del entorno.

Ahora bien, emocionarse o conmoverse no convierte a nadie en una persona altamente sensible. Esa capacidad forma parte de la naturaleza humana. La diferencia fundamental está en la profundidad del procesamiento de la experiencia emocional. Una PAS no solo siente: integra, elabora y reflexiona con más detalle sobre lo que siente y lo que sienten los demás.

Por eso, cuando alguien dice «yo también tengo empatía» o «a mí también me emocionan las películas», puede que no entienda del todo la magnitud de lo que implica vivir con una sensibilidad de procesamiento sensorial. En la PAS, la empatía es constante, no ocasional. Y esa intensidad puede llegar a ser tan maravillosa como problrmática.

La investigación en neurociencia respalda esta diferencia. Elaine Aron y Bianca Acevedo, mediante estudios de resonancia magnética funcional, observaron que las personas altamente sensibles presentan una activación significativamente mayor en las áreas cerebrales relacionadas con la empatía, la conciencia y la planificación de la acción. Dicho de otro modo, el cerebro de una PAS no solo responde con fuerza ante los estímulos emocionales, sino que mantiene la actividad incluso en reposo, reflexionando, revisando y procesando información que otros descartarían como irrelevante.

Esto explica por qué muchas PAS dicen cosas como «lo pienso todo demasiado» o «me afecta más de lo que debería». No es una elección; es la forma en la que su sistema procesa la realidad. Mientras otros filtran lo que no consideran importante, ellas lo revisan todo buscando sentido. De ahí la sensación, tantas veces escuchada, de “complicarlo todo”.

La empatía intensa, cuando no se regula, puede convertirse en un arma de doble filo. Por un lado, dota de una extraordinaria capacidad para comprender, acompañar y conectar. Por otro, puede llevar a asumir responsabilidades emocionales que no corresponden. He acompañado a muchas personas que, al repasar situaciones cotidianas, se reconocen agotadas no por lo que les ocurre, sino por lo que les ocurre a los demás.

Una de las trampas más frecuentes de la empatía mal gestionada es convertir el sufrimiento ajeno en una tarea personal. Basta con percibir una emoción en otro para que algo interno se active y empiece el proceso de análisis, búsqueda de soluciones o incluso culpa si no se encuentra una respuesta. A veces pasan días con la mente ocupada en un problema que no les pertenece, mientras la persona implicada ya lo ha olvidado.

Otra trampa es la tendencia a ponerse siempre en último lugar. Ceder tiempo, energía o recursos para facilitar el bienestar de otros, incluso cuando eso implica un perjuicio propio. He visto esta dinámica repetirse una y otra vez: personas que se quedan sin espacio, sin descanso o sin fuerzas, por no saber decir “no” a tiempo.

Recuerdo el caso de una clienta que, por empatía, cedió su taxi a una desconocida que parecía tener más prisa que ella. No lo pensó: simplemente lo hizo. La mujer subió sin agradecerlo, y ella llegó tarde, sintiéndose tonta, culpable y frustrada. Al contarlo, se dio cuenta de que no era un hecho aislado, sino un patrón: priorizar siempre al otro, incluso cuando nadie lo pedía.

Este tipo de episodios revelan una verdad profunda: la empatía es una capacidad poderosa, pero también una responsabilidad. Si no aprendemos a usarla hacia nosotros mismos, puede volverse en nuestra contra. El camino hacia una empatía saludable comienza con incluirse a uno mismo en el círculo del cuidado.

Tener una gran empatía no hace a nadie moralmente superior, ni garantiza actos recíprocos. La empatía no es bondad; es percepción. Y como toda percepción, necesita entrenamiento, límites y madurez emocional. Poner límites no significa ser egoísta; significa reconocer que solo desde el equilibrio personal podemos ofrecer una presencia genuina y sostenible.

En este sentido, muchas personas confunden la alta sensibilidad con estados emocionales vulnerables o con haber sufrido traumas. Pero son cosas distintas. El trauma requiere un abordaje terapéutico específico; la alta sensibilidad es un rasgo temperamental que puede coexistir con el trauma o sin él. Confundirlos solo genera más confusión y culpa.

Comprender y aceptar esta diferencia libera enormemente. Permite dejar de luchar contra la propia naturaleza y empezar a gestionarla con sabiduría. La empatía, bien dirigida, se convierte en una brújula ética y relacional extraordinaria; mal dirigida, en una fuente de agotamiento y frustración.

Aprender a discernir entre lo propio y lo ajeno, entre lo que puedo hacer y lo que no me corresponde, es una de las lecciones más importantes para una persona altamente sensible. Sentir no es el problema; el reto está en aprender a sostener lo sentido sin disolverse en ello.

Y ahí, en ese punto de equilibrio entre sentir y cuidarse, la empatía deja de ser un peso y vuelve a ser lo que siempre debió ser: una expresión profunda de humanidad.

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Capacidad para captar sutilezas

La capacidad para captar sutilezas es una de las manifestaciones más delicadas y fascinantes de la sensibilidad de procesamiento sensorial. Constituye una especie de radar silencioso que opera de manera constante, percibiendo matices que para la mayoría pasan inadvertidos. Es, a la vez, un don y una fuente potencial de agotamiento si no se aprende a gestionar.

Explicar esta habilidad no es fácil. Las personas altamente sensibles suelen encontrarse con la incomprensión cuando intentan describir lo que perciben. Dicen que “notan cosas”, que “sienten el ambiente”, que “intuyen” algo en las personas o en los lugares, y a menudo son recibidas con una sonrisa escéptica o con la típica frase: “yo también me doy cuenta de esas cosas”. Y es cierto que todos los seres humanos tenemos cierta capacidad para percibir sutilezas, pero en una persona altamente sensible esa habilidad está amplificada y activa casi todo el tiempo.

No se trata de un sexto sentido ni de un poder sobrenatural, sino de una mayor fineza en el procesamiento de los estímulos. El sistema neurosensorial de una PAS está más afinado, más receptivo y preparado para recibir y decodificar una mayor cantidad de información. Esa diferencia, que vimos al hablar del procesamiento profundo, es la base de esta capacidad para captar sutilezas.

En la práctica, esto se traduce en una atención involuntaria al detalle. Una PAS no busca conscientemente detectar lo sutil: simplemente lo percibe. En una reunión de trabajo, puede notar que alguien sonríe pero sus hombros permanecen encogidos, o que una voz se quiebra apenas perceptiblemente al mencionar un tema delicado. Son señales pequeñas, invisibles para la mayoría, pero que el sistema sensible traduce en intuiciones o certezas difíciles de explicar con palabras.

Esa misma percepción, sin embargo, puede convertirse en una fuente de conflicto. Lo que para otros pasa sin importancia, para una PAS puede abrir un bucle de análisis interminable. “¿Por qué actuó así?”, “¿habrá dicho eso por algo?”, “¿estará molesto conmigo?”. Lo que podría resolverse en segundos puede convertirse en una reflexión que dura días o incluso semanas. Y no porque la persona quiera complicarse, sino porque su cerebro sigue procesando la información hasta encontrarle sentido.

Quien posee esta capacidad sabe lo agotador que puede llegar a ser. Es como tener todos los canales abiertos a la vez: captar el tono, la expresión, la energía, la emoción, la palabra y el silencio. Cuando el entorno es estimulante, esa hipersintonía puede resultar abrumadora, sobre todo si se combina con una fuerte empatía. Aun así, cuando la sensibilidad se gestiona bien, se convierte en una ventaja extraordinaria: permite anticipar acontecimientos, comprender el clima emocional de un grupo, detectar incoherencias sutiles y cultivar una profunda creatividad y apreciación estética.

Esta percepción afinada también se manifiesta en el plano sensorial. Muchas PAS recuerdan haber sido niños que no soportaban etiquetas, tejidos ásperos o prendas ajustadas. También suelen reaccionar con más intensidad ante ruidos, luces, olores o sabores fuertes. Esa hipersensibilidad corporal no es una exageración: es la consecuencia directa de un sistema nervioso más reactivo. Lo que para otros apenas es una molestia, para una persona sensible puede ser un estímulo invasivo.

En las relaciones interpersonales, esta sutileza perceptiva se traduce en una gran capacidad para leer entre líneas. Las PAS suelen ser excelentes observadoras y, sin proponérselo, detectan microexpresiones, cambios de tono o movimientos mínimos que revelan estados emocionales ocultos. Si alguien cercano está triste y trata de disimularlo, la PAS lo nota de inmediato. Y si se trata de un niño altamente sensible, esa detección es aún más evidente. Por eso es importante ser honestos con ellos: de nada sirve decir “estoy bien” cuando el niño percibe lo contrario. La incongruencia entre el discurso y la emoción genera confusión y desconfianza, y puede afectar a su desarrollo emocional.

Esta sensibilidad constante puede ser difícil de explicar a quienes no la experimentan. Si no eres una persona altamente sensible, imagina lo que sería escanear continuamente a las personas, el entorno y a ti mismo, percibiendo matices en cada mirada, gesto o palabra. Imagina, además, que te importa lo que percibes, que cada señal te afecta y despierta empatía. Y que, al intentar procesarlo todo, tu cerebro se esfuerza por dar sentido a una avalancha incesante de información. Suena agotador, y lo es, pero solo cuando esa capacidad no ha sido comprendida ni integrada.

Una PAS que aprende a vivir con su rasgo desarrolla una percepción privilegiada. Puede anticipar situaciones, captar lo no dicho, sentir la energía de un espacio, crear con gran profundidad o encontrar belleza en lo imperceptible. Pero si no sabe poner límites ni priorizar, esa misma capacidad se vuelve una fuente de estrés y vulnerabilidad emocional. Percibir más también significa exponerse más.

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sutilezas internas

Esta sensibilidad no solo se proyecta hacia el exterior; también opera en el mundo interno. Las PAS poseen una conciencia muy afinada de sus propios estados emocionales y corporales. Son capaces de percibir el más leve cambio en su energía, en su ánimo o en su cuerpo. Esta conexión con uno mismo es un gran don, porque permite detectar el cansancio, el estrés o la sobrecarga antes de que se conviertan en un problema. Sin embargo, si no se sabe interpretar correctamente, puede transformarse en una fuente de preocupación constante.

Un estudio reciente realizado en Francia por Bordarie, Aguerre y Bolteau (2024) mostró que muchas personas con alta sensibilidad tienden a preocuparse más por su salud que la media. En algunos casos, esta sensibilidad se asocia con una dificultad para identificar y expresar emociones —lo que se conoce como alexitimia—. Esto puede hacer que una sensación emocional intensa sea interpretada como un síntoma físico. Por ejemplo, una punzada en el pecho puede generar la duda de si se trata de tristeza, ansiedad o un problema cardíaco. La incertidumbre alimenta la preocupación, y la preocupación amplifica la sensación.

No obstante, esta introspección profunda también es la puerta de entrada al autoconocimiento. Las PAS poseen una capacidad natural para observarse, reflexionar y comprender su propio mundo interno. Pero esa capacidad necesita ser guiada. Sin conocimiento del rasgo, puede volverse una lucha constante entre lo que se es y lo que se cree que se debería ser.

Tres de cada cuatro personas altamente sensibles son, además, introvertidas e introspectivas. Esto no significa que no sean sociables, sino que encuentran su equilibrio en la calma y el recogimiento. En las sociedades occidentales, donde se premia la extroversión, hablar alto y tener respuestas rápidas, la introspección suele etiquetarse injustamente como timidez o inseguridad. Sin embargo, en muchas culturas orientales —como la japonesa o la finlandesa— se valora la capacidad de silencio, reflexión y escucha profunda como signos de sabiduría.

Quizás sea momento de revisar nuestras ideas sobre la fortaleza. En un mundo saturado de ruido, quien sabe escuchar lo invisible, quien percibe lo sutil, quien calla y observa antes de hablar, no es débil: es alguien que ha aprendido a habitar el silencio.

Si eres una de esas personas, no te avergüences de tu quietud ni de tu atención al detalle. Lo que los demás llaman “tímido” o “reservado” puede ser, en realidad, tu modo natural de estar en el mundo. La capacidad para captar sutilezas no te aleja de la vida: te invita a vivirla con más consciencia. Y en esa consciencia, cuando aprendes a discernir lo que te pertenece de lo que no, encuentras una paz y una claridad que muy pocos llegan a experimentar.

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sobreestimulación

Desde mi perspectiva, comprender qué es la sobreestimulación en el contexto de la sensibilidad de procesamiento sensorial resulta más fácil después de haber entendido las tres características anteriores. La sobreestimulación es, en realidad, la combinación de una o varias de ellas con una situación propicia para que se manifieste. Por eso considero que este orden tiene mucho más sentido.

La sobreestimulación aparece cuando el sistema nervioso se ve abrumado por un exceso de estímulos. Esta saturación detiene de golpe la capacidad de una persona para pensar con claridad, regular sus emociones o mantenerse calmada. Aunque solemos asociarla más con los niños, se manifiesta en personas de todas las edades y en todo tipo de contextos. No es exclusiva de las personas altamente sensibles; cualquier ser humano puede experimentarla en algún momento, y está muy presente en ciertos trastornos.

Las personas con TEA (trastorno del espectro autista), especialmente aquellas con hipersensibilidad sensorial, son particularmente proclives a sufrir sobreestimulación. También las personas con TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), debido a sus dificultades atencionales y a la tendencia a buscar estímulos constantemente, pueden sentirse fácilmente abrumadas hasta el punto de sobreestimularse. En quienes padecen trastornos de ansiedad, la sobreestimulación es algo cotidiano: la percepción de amenaza es constante, generando un estado de alerta permanente. Esto hace que estímulos que en condiciones normales se tolerarían sin dificultad se conviertan en fuentes de tortura. La sobreestimulación y la ansiedad se retroalimentan.

Pero no es necesario tener un trastorno para caer en sobreestimulación. Por ejemplo, una persona introvertida, con tendencia a la soledad y al recogimiento, puede sobreestimularse antes que una extrovertida en situaciones sociales, aunque la interacción —según el estudio de Leikas & Ilmarinen (2020)— parece producir un desgaste posterior similar en ambas personalidades. De hecho, las personas extrovertidas socializan más y, por lo tanto, también se exponen más a sufrir los efectos de la sobreestimulación. He observado en mis clientes un patrón de cambios de ánimo con mayores subidas y bajadas en PAS extrovertidas que en introvertidas. En ambos perfiles aparece la lucha entre la necesidad de interacción humana y el dilema de si compensa o no el desgaste posterior.

Alguien que atraviesa una etapa de duelo o que sufre el estrés cotidiano también puede llegar a situaciones difíciles de gestionar. La sobreestimulación es bastante común en estos tiempos de consumo e inmediatez, donde el individuo se ve arrastrado por la competitividad, la búsqueda de una perfección y una felicidad inalcanzables, o simplemente por la incapacidad de llegar a fin de mes.

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Sobreestimulación y pilares

Una persona puede tener tendencia a sobreestimularse por algunos motivos básicos:

  • Por genética y una predisposición mayor o menor que otras personas, ya sea por trastornos o por su tipo de personalidad.
  • Por exponerse voluntaria o involuntariamente a entornos que la propicien (trabajo, familia, relaciones sociales, etc.).
  • Por eventos puntuales e inesperados.
  • Por su modo de procesar la información.

 

Es evidente que este último motivo influye de forma clave en todos los anteriores, pero no por eso dejaremos de mencionarlo. Precisamente porque entender cómo procesamos la información cobra una importancia vital para que seamos capaces de prevenir o mitigar los efectos negativos de la sobreestimulación.

Siempre les digo a mis clientes que gestionar la alta sensibilidad se reduce a tres cosas: comprender, aceptar y actuar. Cuando una persona altamente sensible rechaza su alta sensibilidad, en la mayoría de los casos —aunque no sea consciente— está rechazando la sobreestimulación. Por eso, comprendamos la sobreestimulación en el contexto de la alta sensibilidad, para poder aceptarla y mitigarla tomando las acciones adecuadas.

Ya hemos visto previamente las otras tres características principales: el procesamiento profundo de la información, la elevada empatía y emocionalidad, y la capacidad para captar sutilezas del entorno. Cada una de ellas implica una predisposición aumentada —respecto al resto de la población— a entrar en sobreestimulación. ¿Qué no podría suceder si combinamos dos o incluso las tres en una situación perfecta para que esto ocurra?

 

Sobreestimulación y procesamiento profundo de la información

El procesamiento profundo de la información genera un gran desgaste energético a nivel cognitivo, ya que es una constante en toda persona altamente sensible. Por eso es fundamental aprender a «escuchar» lo que piensas, por qué lo piensas y si realmente tiene sentido hacerlo. Cuando una PAS emprende este camino, suele descubrir que es tremendamente injusta consigo misma.

Si «pensar mucho» ya aumenta las posibilidades de saturarse, añadir elementos —voluntaria o involuntariamente— que no deberían estar, que no aportan y que van en contra de uno mismo, multiplica las probabilidades de caer en sobreestimulación.

Lo natural es que luchemos contra la sobreestimulación con acciones lógicas: estar en el presente, practicar yoga, meditación, senderismo, lectura, recogimiento… Todo sanísimo y altamente recomendable. Queremos dejar de pensar para no sobreestimularnos. ¿Te suena la frase: «ojalá tuviese un botón en mi cabeza para apagar mi mente»? Estas prácticas pretenden ser ese botón para muchos; además, resultan muy prácticas y directas.

Sin embargo, si no evitamos exponernos a ambientes que faciliten la sobreestimulación, caeremos en la misma dinámica una y otra vez. Puede que el descanso, la actividad física, el estar en el presente y la desconexión (si no las haces, estarás echando leña al fuego) nos den la energía suficiente para aguantar más tiempo, pero el efecto sanador se diluye. El ejemplo típico es volver renovados de vacaciones, pero saturarnos poco después.

Si eres PAS, necesitas ir un paso más allá de esas acciones lógicas: «si me duele la cabeza, me tomo una aspirina»; «si tengo sueño, me acuesto temprano»; «si estoy sobreestimulada, debo descansar y estar a solas». Me explico: solemos centrarnos en el efecto (la sobreestimulación), diagnosticamos directamente y aplicamos la solución: empiezo a caminar, hago yoga, tejo bufandas, me doy más tiempo, leo otro libro de autoayuda, pongo límites a alguien que me perturba; si hago ejercicio, se me irá el bloqueo, me sentiré mejor y ganaré autoestima. Todas estas acciones son maravillosas y mejoran nuestro bienestar, reduciendo la frecuencia de la sobreestimulación, pero son soluciones parciales.

Un efecto siempre tiene una causa; por eso es tan necesario atacar la raíz a la vez que incorporamos nuevos hábitos. La solución para no sobreestimularnos por «pensar demasiado» —entendiendo que el procesamiento profundo de la información es una constante en una PAS— no es dejar de pensar. No es solo comenzar el gimnasio, meditar o aprender a dibujar. La solución es usar la fuente del problema —el procesamiento profundo— a nuestro favor. En definitiva, debemos aprender a pensar correctamente, comprendiendo cómo se manifiesta ese procesamiento en nosotros y detectando errores y fuentes de automaltrato encubiertas que podamos estar ignorando. Necesitas un cambio de hábitos y, además, un cambio en la interpretación de tu realidad y de los hechos, modificando tu perspectiva general. No es dejar de pensar: es aprender a pensar. Esta es la llave para gestionar nuestra alta sensibilidad, al menos la primera puerta.

 

Sobreestimulación, elevada empatía y emocionalidad, y capacidad para captar sutilezas

No voy a profundizar de nuevo en explicar la elevada empatía y emocionalidad que están presentes en toda persona altamente sensible. Si tienes alguna duda, vuelve al capítulo correspondiente. Dando por hecho que tenemos claro en qué consiste esta característica, veamos su implicación directa a la hora de caer en sobreestimulación.

La sobreestimulación aparece cuando existe uno o varios estímulos que, por sus características y por nuestra forma de procesarlos, nos saturan. Este bloqueo puede venir del entorno o puede ser autogenerado por nuestros propios pensamientos.

Un ejemplo externo sería permanecer horas en un lugar con mucho ruido, donde tienes que atender a varias personas hablando casi a la vez. Llegaría un punto en que estarías tan agotado y sobreestimulado que ya no podrías pensar con claridad.

Un ejemplo interno sería saturarte por un sentimiento de culpa. Imagina que te sientes culpable por una acción involuntaria que causó daño a alguien. Ese diálogo interior negativo te lleva a revivir el suceso una y otra vez, buscando una solución. La rumiación constante te arrastra al bloqueo y a la desesperación por la sobreestimulación. Es como ir en un barco a la deriva. En el primer ejemplo, los estímulos vienen de fuera; en el segundo, aunque el motivo sea externo, el bloqueo es autoinducido: estás sentado en tu sofá mientras el mundo sigue su curso.

 

¿Qué debo comprender?

Hago esta simple distinción —aunque no todo es blanco o negro— porque es fundamental poder identificar, aunque sea a posteriori, de dónde viene y cómo se ha producido nuestro estado de sobreestimulación. Sabemos que el procesamiento profundo de la información es una constante para las PAS; además, tenemos una elevada empatía, una gran emocionalidad y una marcada capacidad para captar sutilezas.

En ambas situaciones de sobrestimulación —ya sea por estímulos externos o internos— no basta con fijarnos en el ruido, en que me griten para hablar o en que un lugar abarrotado me genere activación y alerta. Tampoco basta con reconocer que haber cometido un error involuntario me provoca tanta culpa que caigo en rumiación hasta el bloqueo. Hay otros factores que pueden empeorar la situación. Para detectarlos, basta con considerar las tres características que definen a las PAS, además de la sobreestimulación, y hacernos algunas preguntas clave:

— Si estoy sobreestimulado, ¿por qué no me disculpo y me voy del lugar?

— ¿Por qué me siento culpable si el error fue totalmente casual e involuntario?

Se pueden lanzar decenas de preguntas, pero lo importante es observar si, detrás de nuestros actos e interpretaciones, nuestra empatía, emocionalidad y capacidad para captar sutilezas están actuando como leña arrojada al fuego. El ruido y la aglomeración son molestos y me sobreestimulan, pero ¿cómo los interpreto? ¿Cómo me hablo sobre eso? ¿Me expongo porque quiero o porque me lo piden?

Recuerda que puedes hacer nuestro test pas si aún no te ha quedado claro si puedes ser o no, una persona altamente sensible.

 

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